El Sol acaricia mi rostro y la brisa me besa suavemente los labios.
Miro a lo lejos y el manto de pinos me devuelve recuerdos de veranos soleados con bocadillos de nocilla en la mochila y cantimploras para rellenar en " la fuente de la cagalera".
Miro a mi vera y el sonido de las golondrinas me rodea, me obliga a mirar al cielo azul y descubrir un baile coreografiado con triples mortales, a veces interrumpidos por la llamada de las campanas que recuerdan que llego tarde a misa de 11.
Los vecinos saludan al pasar y los buenos días se mezclan con el " que bien te veo", y sentada en mi banco de piedra, caliente por el Sol, con más de 100 años de historia recuerdo a todas las vecinas que lo ocuparon antes que yo, las que acompañaron a la abuela Goya en las noches de verano, las que me besaban con fuerza muy cerca del oído cuando empezaba mis vacaciones de verano,
Vecinas que siguen dándome los buenos días.
Y llega la hora de la siesta y a través de las puertas entreabiertas se mezcla el telediario con el documental de la 2 y resuenan los platos en el fregadero.
La calle queda desierta durante un par de horas, agotada del trasiego de la mañana con vermut incluido.
Y descansa plácidamente de pelotas, patinetes y bicicletas.
Llega la tarde sin darte cuenta y el Sol se esconde entre los vetustos pinos dando paso a una noche de rebeca sobre los hombros.
Y esperando la noche mi cuerpo se estremece y mi sonrisa no puede ocultar mis pensamientos.
COVALEDA
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