Era su momento especial, el que la transportaba a otro lugar, en su interior.
Meditaba cada día a veces más y a veces menos.
Cuando no hay nada paseando por tu mente excepto tu respiración, el olor al aceite sakura y la tenue luz de unas velas, tu cuerpo te lo agradece.
Y tu mente todavía más.
La meditación te enseña entre otras cosas a NO juzgar, aceptas los pensamientos que lleguen y los dejas pasar, y no es fácil de conseguir.
Parece que aprendemos antes a rechazarnos que a amarnos.
Nuestra propia exigencia suele ser máxima.
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Yo estoy empezando a quererme, después de una época en la que ni siquiera me veía.
Porque es totalmente cierto ¿ cómo puedes querer a los demás si no te quieres primero a ti mismo?
También estoy aprendiendo a aceptar esas partes de mi que no me gustan. Durante un tiempo fueron muchas, por no decir todas.
Cada día tacho una de la lista, y me doy cuenta de que no deberían haber estado nunca ahí.
Aceptarlas es amarte.
No voy a dejar encerradas en mi pelo revuelto ó en mis profundas ojeras todas las cosas que merecen la pena.
Tienen que salir a respirar, a bocanadas, y llenar cada rincón de mis ojos marrones y tirarme bolas de nieve y hacerme girar hasta perder el equilibrio.
Y mi elección es mostrar ,al que quiera oirlas y al que no también, mis carcajadas sin sentido, mis bailes estrambóticos, mis pequeños tatuajes y la luz que vaya abriéndose camino a través de mis heridas.
Al principio puede que no sea muy luminosa pero tened en cuenta que mi intención es llegar a deslumbrar.
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