El Domingo amaneció aturdida, le costaba despertar, intentaba abrir lo ojos, pero seguía encadenada al último sueño.
Se desperezó lentamente estirando primero las piernas y más tarde los brazos y en cada estiramiento su hernia discal sufría y le recordaba lo cerca que estaba de ese latigazo fulminante que electrificaría sus lumbares, llegando a bajar hacia la pierna izquierda , saludando al nervio ciático de forma estridente.
Creía recordar lo sucedido, los mensajes subliminales, lo sentía tan de verdad que solía creer eso de que tus seres queridos se comunican a través de nuestros sueños, cada vez más.
No solía planear sus actividades del Domingo ya que no dependía de ella.
Podía despertar tranquila y no necesitar nada especial o despertar arrasada por nubarrones anchos y profundos.
Había intentado girar muy rápido a la derecha y luego dar un salto a la izquierda, rodar por suelo, cual Rambo perseguido.
Pero nada de eso funcionaba cuándo los nubarrones llegaban era para quedarse.
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